Muchas veces el problema no es que la comida no les guste o que no tengan hambre. ¡Simplemente no quieren ni probarlo!. Además, cada niño es un mundo, por ejemplo en mi casa mi hijo mayor es un explorador culinario con todas sus consecuencias, en cambio Lucía es de ir a lo seguro, con el a-b-c de todos los días tiene más que suficiente y no muestra interés por probar nuevos sabores. Pero si me armo de paciencia y consigo motivarla un poquito para que acepte al menos probar, puede llegar a convertirse en una fan incondicional de ese alimento previamente rechazado. Así que yo estoy apuntadísima al movimiento motivador y me ha encantado el truquito de los dados para jugar a contar… ¡y a saborear!.

Vía RealSimple