
¡El descanso infantil! Ese tema es mucho más importante de lo que solemos pensar. Durante el sueño, los niños no solo recuperan energía: también procesan lo aprendido durante el día, fortalecen su memoria y segregan hormonas necesarias para su crecimiento. Pero la verdad es que no siempre nos fijamos en los factores que influyen en su descanso, y es fácil cometer errores que terminan afectando a la calidad de sueño de los peques.
¿Sabes la buena noticia? La mayoría de estos fallos son fáciles de evitar si se conocen. Desde la elección del colchón hasta los hábitos diarios, hay pequeños cambios que transforman totalmente el sueño de los más pequeños.
Uno de los errores más habituales es descuidar donde duermen. A veces se reciclan camas viejas o se alarga la vida de un colchón más allá de lo recomendable, sin pensar en que el cuerpo en crecimiento necesita un apoyo firme y cómodo. Elegir un colchón adaptado a su edad y tamaño marca una gran diferencia. Para muchos dormitorios infantiles y juveniles, una solución práctica y muy común son los colchones 90×190, porque ofrecen espacio suficiente para dormir con comodidad sin ocupar demasiado en la habitación.
Rutinas poco consistentes
Esto es mucho más común de lo que pensamos, así que si es tu caso, no te sientas culpable. ¡Vamos a ponerle solución!
El cuerpo de los niños funciona mucho mejor cuando tiene horarios estables. Uno de los errores más frecuentes de los padres es no mantener una rutina de sueño fija.
Acostarse cada día a una hora diferente o dejar que los peques usen pantallas justo antes de dormir (¡horror!) hace que el proceso de conciliar el sueño sea más largo y que el descanso sea menos reparador.
Establecer rutinas claras es clave. Puede ser un baño relajante, ponerse el pijamita, leer juntos un cuento divertido o charlar unos minutos en la cama. Lo importante es que esas acciones se repitan todas las noches, noche tras noche, de manera que el cuerpo asocie la rutina con el momento de dormir. Con el tiempo, el cerebro de los niños “reconoce” esas señales y les resulta mucho más fácil quedarse dormidos.
Un entorno que no ayuda al descanso
La habitación de los niños debe invitar al descanso, pero a menudo se convierte en un espacio lleno de estímulos. Luces demasiado intensas, ruidos de la calle, juguetes por todas partes o temperaturas inadecuadas pueden acabar con su sueño.
Para mejorar la calidad del descanso, conviene mantener la estancia ordenada (Es difícil, ¡lo sé!) , con una decoración que transmita calma y sin excesos que distraigan. La temperatura ideal suele rondar los 20 grados, y la luz debe ser suave. Una pequeña lamparita o una luz quitamiedos discreta pueden aportar seguridad sin interrumpir el sueño profundo.
También hay que poner un ojo en la ropa de cama: tejidos transpirables en verano, nórdicos ligeros en invierno y, siempre, materiales fáciles de lavar que se adapten a cada estación. Detalles pequeños que marcan una gran diferencia.
Falta de actividad física durante el día
Los niños que no se mueven lo suficiente suelen tener más dificultades para conciliar el sueño. (Y los mayores también) Pasar demasiado tiempo sentados, con pantallas o en actividades demasiado paradas, hace que al llegar la noche aún tengan demasiada energía.
Salir al parque, montar en bici, jugar al aire libre o incluso bailar en casa son actividades sencillas que les ayudan a liberar energía. No se trata de cansarlos en exceso, ni que se pasen de vueltas, sino de que su cuerpo haya tenido la actividad suficiente para necesitar descanso de forma natural.
Comer y cenar a deshoras
La alimentación también influye directamente en cómo duermen los niños. Cenas demasiado grandes o justo antes de ir a la cama pueden causarles digestiones pesadas que interrumpen el sueño. También, abusar de azúcares o bebidas estimulantes en la tarde hace que el cuerpo tarde más en relajarse.
Lo mejor es una cena ligera, con proteínas, verduras y carbohidratos fáciles de digerir. Y siempre al menos una hora antes de acostarse, para que el cuerpo del peque tenga tiempo de iniciar la digestión sin molestias.
Exceso de pantallas antes de dormir
Otro error muy extendido es permitir que los niños utilicen tablet, móvil o televisión justo antes de dormir. La luz azul de las pantallas retrasa la producción de melatonina, la hormona que regula el sueño, lo que hace que les cueste mucho más conciliarlo.
Un buen hábito es establecer la “desconexión digital” al menos una hora antes de acostarse. Mis hijos en casa tienen el ritual de las 9.30pm en el que los móviles se quedan cargando en la cocina hasta el día siguiente. Sustituir ese tiempo por lectura, juegos tranquilos o actividades relajantes crea un ambiente mucho más propicio para dormir.
Dormir en superficies poco adecuadas
Además del colchón, otros elementos como la almohada o la base de la cama también influyen en la calidad del sueño. Una almohada demasiado alta o baja puede provocar malas posturas, y una base inestable repercute en el descanso nocturno.
Por eso es importante revisar el conjunto completo: base, colchón y ropa de cama deben trabajar en armonía para ofrecer un soporte cómodo y saludable. No es necesario complicarse demasiado; a veces basta con cambiar una sola cosa para que la calidad del sueño de los peques mejore notablemente.
Estrés y exceso de actividades
A medida que los niños crecen, sus agendas se llenan de actividades extraescolares, deberes y compromisos. Un exceso de carga mental puede afectar tanto como una mala cama o una rutina desordenada.
Es fundamental que tengan tiempo libre para jugar, descansar y aburrirse, ¡importante! Un ritmo demasiado acelerado no solo genera estrés, también interfiere en el sueño, provocando despertares nocturnos o dificultades para dormirse.
Pequeños cambios, grandes resultados
Dormir bien no es un lujo, es una necesidad para el desarrollo físico y emocional de los niños. Y lo cierto es que no hace falta una revolución para mejorar su descanso: basta con ajustar rutinas, cuidar el ambiente de la habitación y prestar atención al soporte donde duermen. Un buen colchón, horarios estables, un espacio tranquilo y hábitos saludables son la base de noches más reparadoras.
Porque al final, un niño que duerme bien está más happy de la vida, más atento y con más energía para aprovechar el día y comerse el mundo. Y eso, como padres, es uno de los mayores regalos que podemos ofrecerles.